domingo, 22 de noviembre de 2009

MALDICION GITANA.




Despaciosa y tranquilamente me hacia referencia a cerca de lo que su abuela le contaba de niña en relación a los deseos y pensamientos. Era de vital importancia el no expresar malos sentimientos con respecto a otras personas o situaciones. Y casi con un histrionismo sorprendente me confesaba su inseguridad al pensar en como una palabra, o quizás una frase podía alterar positiva o negativamente la realidad de sus semejantes.
Con la sabiduría de sus ancestros y la viva necesidad de transmitir un legado cultural que lo siga identificando como gitanos; la abuela le justificaba el argumento diciéndole que todos quienes creen en la dimensión espiritual, no solamente creen en el poder de la palabra; si no que la propia realidad es el claro resultado de la palabra divina; porque al principio era el verbo, y a partir de él se separaron las aguas del cielo y la tierra; originando el orden universal que aún prevalece reinando como el resultado de la expresa voluntad de Dios materializada a través del verbo.
Mundialmente es conocido el temor a la maldición gitana; que al parecer simboliza un hechizo muy difícil de romper. Es también común observar que cuando hace su colorida aparición en algún sitio la falda gitana, la gente apresurada se aleja de ella; y quien no puede lograrlo, casi con resignación, prefiere entregarle una joya o dinero, a cambio de no escuchar la despiadada maldición.
Esta abuela le relataba que en el cielo a cada minuto se oía el sonar de una campana; y que si justo y exactamente el tintinear coincidía con la manifestación de un deseo, iba a ser voluntad de Dios que esa petición fuera otorgada.
Desde esa antiquísima leyenda, haciendo abuso de tal certeza y a sabidas cuentas del temor que imprimen en las personas, es que proliferan sus reniegos cuando se les responde con indiferencia o no se tiene voluntad de colaborar con ellos.
El vigor de la palabra se refleja en testimonios de todas las épocas; imprimiendo en cada una de ellas la certeza que emanan de quien las pone en su boca; pudiendo tratarse simplemente de una idea, una opinión, una creencia, una convicción o una impronta; resultando totalmente claro que a mayor fuerza, mayor potencial constructivo o destructivo generan a su alrededor.

Infinidad de veces, la impotencia, la ira y el resentimiento del momento nos hace verter explosiones de vocablos malintencionados; que no sentimos realmente y de los cuales hasta nos reímos cuando ha cedido el enojo; pero según los dichos de Samara, si esto sucede en el instante justo del campanazo, se cumplirá indefectiblemente; por lo que podríamos sufrir una inmensa culpa si comprobáramos que ocasionamos un daño que realmente no sentíamos hacer.
Éste no es más que otro aspecto de la enseñanza en cuánto al rigor de la palabra en la vida de este pueblo; ya que la consideran una poderosísima arma para ser usada conciente y astutamente en la defensa diaria. Tanto es así, que los niños tienen tres nombres; uno es el registrado en el documento de identidad del país en el que habitan; otro distinto es utilizado para nombrarlo en su comunidad gitana; y un tercero que sólo la madre y el niño conocen (se lo musita en el oído desde recién nacido), porque es el usado como talismán de protección para que ningún daño pueda afectarlo. Fue increíble contemplar la simpleza que entraña tanta información para nosotros inducida y deducida a partir de cantidades de programas que enseñan el pensamiento positivo en acción, los mandatos con los que nos regimos; y para ellos, obsequiado a manera de cuento por sus antepasados. Por lo visto, mientras la seductora Samara tiñe de emociones su escueta leyenda, en muchos otros rinconcitos, algunas abuelas aún persisten con Blancanieves y Caperucita…


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